martes, 6 de agosto de 2024

GOREA, LA ISLA DE LOS ESCLAVOS

Más de 12 millones de africanos entre los siglos XVI y XIX fueron víctimas del comercio de esclavos en la ruta del Atlántico, unos 13.000 fueron trasladados anualmente hacia América para trabajar en las plantaciones de azúcar, algodón, tabaco, etc. en el Caribe o en América del Norte. El comercio triangular entre Europa, África y América aportó un enorme impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo de Inglaterra, Francia, Holanda y EEUU. Se puede decir que la máquina de Watt y, por tanto, la Revolución Industrial, fue posible gracias a este comercio de esclavos.

De los puertos europeos como Bristol partían los navíos cargados de armas, telas, ginebra, ron, chucherías y vidrios de colores que serían el medio de pago para la mercancía humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café y el cacao de las plantaciones coloniales de América. Durante el viaje, numerosos africanos morían víctimas de epidemias y desnutrición, o se suicidaban negándose a comer, ahorcándose con sus cadenas o arrojándose por la borda al océano erizado de aletas de tiburones. Los “fardos” que sobrevivían al hambre, las enfermedades y el hacinamiento de la travesía, eran exhibidos en andrajos, pura piel y huesos, en la plaza pública, luego de desfilar por las calles coloniales al son de las gaitas. Una vez vendidos, los esclavos sufrían tortura, violaciones y matanzas, destrucción de familias, vidas desarraigadas y condiciones de vida horrorosas. “Gorea”, de la senegalesa Fatou Sow Ndiaye, recuerda que esta isla se convirtió en la puerta de África a la travesía transatlántica de millones de africanos arrancados de sus vidas. 

Las mujeres esclavas lucharon activamente por su liberación y la de los suyos:

En los Estados Unidos de América, cuando los negros del sur comenzaron a evadirse para alcanzar la tierra de libertad del norte, la red antiesclavista denominada el Ferrocarril Clandestino ayudó a numerosos esclavos a escapar. Quizá el personaje más famoso y popular en la historia de esta red de ayuda fue una mujer, Harriet Tubman, a quien llamaban la Moisés de los esclavos, que había nacido esclava en Maryland y que se escapó en 1848. Una vez llegada al Norte y alcanzada su libertad, se incorporó al Ferrocarril Clandestino y en los años siguientes regresó hasta 19 veces al Sur para ayudar a escapar a cientos de esclavos. Los esclavistas llegaron a ofrecer una recompensa por capturarla viva o muerta, pero ella siguió con su labor. 


Eduardo Galeano nos cuenta en “Paramaribo. Ellas llevan la vida en el pelo” que de los miles de negros esclavos que se escapaban de las plantaciones holandesas y que crearon la tierra de cimarrones denominada Surinam, las mujeres tenían un papel destacadísimo: “Antes de escapar, las esclavas roban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabazas. Sus enormes cabelleras hacen de graneros. Cuando llegan a los refugios abiertos en la jungla, las mujeres sacuden sus cabezas y fecundan, así, la tierra libre”.


Una hija de esclavos nacida en Baltimore, Norteamérica, en el siglo XIX, Frances Ellen Warkins Harper, abolicionista y activista política por los derechos de las mujeres y los niños, escribe el poema “Enterradme en tierra libre”.

Gorea, 

de Fatou Sow Ndiaye, Senegal


No puedo visitar tus calabozos

donde se oculta la imagen 

de la degradación humana

ni ver tus cadenas

que vibran aún por el coraje resignado

de aquellos guerreros

de manos callosas

que amasaron la roca de su destino

ni sentir el olor pútrido

de su rencor acumulado en tus muros

ni medir la pena

que roía su corazón

hinchado de proyectos abortados

debería haber perseguido

las galeras que transportaban a los esclavos

amputados con sus sueños rotos

en los cantos rodados. ¡A Gorea!


Fue de noche, hace ya tanto tiempo

una noche sin luna

de pronto Gorea se alejaba

lo sentía en la cala

donde estábamos apiñados

y he bogado…

he bogado hacia horizontes

de tinieblas y dolor

he mordido el polvo

de rutas desconocidas

mi sangre, savia de inocencia

se mezcló con el agua terrosa de los arrozales

mi sudor humedeció el suelo

y bañó la noche

y mi corazón calcinado de resignación

forzó mis ojos durante siglos

a retener en el fondo de ellos mismos

la lluvia de la desesperación

y el canto estalló en mi pecho.

He cantado mi lamento de desenraizado

con mis hermanos desafortunados

y el futuro donde restos de sueños

volaban con los vientos de mis penas

me aplastaba la nuca con una fatalidad absurda.


Pero alcé la cabeza

para gritar mi verdad a los hombres

a los hombres blancos

a los hombres rojos

a los hombres amarillos

¿no hay acaso hombres azules

azul de esperanza

azul cielo

hombres con el corazón justo

justo de justicia justa

sin raza ni continente?


Yo soy en todas partes

semejante a mi hermano

El sol de mi Dios

es sol para todos

las virtudes de mi Dios

están en toda criatura

¿por qué queréis

quitarme mi semilla?

Dejadme salir de la tierra

echar yemas y florecer

que mis frutos en sazón

nutran el hambre del mundo

dejad que me abra

al soplo de los cuatro vientos

pues mi vestido negro

es vestido de fiesta.


Nací en el país 

donde debí nacer

era un nenúfar

en las aguas de mi tierra

un nenúfar abierto al sol de mi tierra

pero como un sueño pesado

roto por un trueno

me desperté en sudores

el corazón hecho añicos

pues para mi fiesta

tenía el vestido negro.

Abraham Lincoln reunió

mi ser bastardo y disperso

y desde entonces arrojé mis muletas

para estirar las piernas

arrojé la venda de mis ojos

para ver la faz del Mundo

Mi corazón se reabrió

para amar la tierra entera.


Pero hace tanto tiempo

que mi alma, en el centro de las estrellas

ha dejado en la tierra

su viejo sueño de Paz

y por el eco de nuestros huéspedes

del reino de Adán

la paz en la tierra

sigue siendo un sueño

la esclavitud abolida

el hombre inventó

otra esclavitud

la del dinero, las armas y el poder

y su corazón que Dios riega

para amar a todos los hombres

bate a golpes de fusil

de bombas y misiles.


Puerta de No Retorno en la Casa de los Esclavos en la Isla de Gorea, Dakar, Senegal


Enterradme en tierra libre,  

de Frances Ellen Watkins Harper, Norteamérica 


Hacedme una tumba donde queráis,

en un llano o en una alta montaña,

entre las tumbas más pobres del mundo,

pero no en una tierra donde el hombre sea esclavo.


No descansaría si alrededor

oyera los pasos temblorosos de un esclavo,

su sombra encima de mi callada sepultura

llenaría el lugar de tristeza y temor.


No descansaría al oír el paso

de una fila de esclavos conducida a su fin

y la desesperación del grito de la madre

elevarse en el aire como una maldición.


No podría dormir si oyera el látigo

bebiendo sangre en los terribles tajos

y viera a los bebés arrancados de su pecho

como palomas temblorosas fuera del nido.


Me estremecería tanto si oyera

el aullido de los perros con su presa humana

y oyera al cautivo implorar en vano

por evitar de nuevo la horrible cadena.


Si viera a las jóvenes del brazo de sus madres

arrancadas  y vendidas por su juventud,

la pena en mis ojos destellaría, mis pálidas

mejillas se sonrojarían de la vergüenza.


Dormiría, amigos, donde ningún poder vano

robe a un hombre de su más preciado derecho;

descansaré tranquila en cualquier tumba

donde nadie pueda llamar a su hermano esclavo.


No pido monumentos orgullosos y altivos

para que todos los que pasen miren;

lo que mi espíritu anhela es solo 

que no me entierren en tierra de esclavos.