viernes, 18 de octubre de 2024

 SHARPEVILLE BLUES

En Sudáfrica, mientras duró el sistema segregacionista del apartheid hasta 1992, los sudafricanos se clasificaban desde su nacimiento como pertenecientes a uno de los cuatro grupos raciales: africanos (74,7 % de la población), blancos (13,8%), de color (raza mixta, 8,7%) y asiáticos (2,6%). Esta clasificación controlaba todos los aspectos de la vida de la gente, desde a qué colegio ir, dónde trabajar, dónde vivir, o si podían votar o no.

En Sharpeville (Langa), en el Trasvaal, en 1960, la policía abrió fuego contra la manifestación que protestaba contra el apartheid - en concreto contra la ley de pases, que controlaban los desplazamientos de la población negra en zonas tanto urbanas como rurales -, matando a 69 personas negras, mujeres y niños incluidos. A consecuencia de estos actos, se impuso el estado de emergencia y fueron detenidas 11.727 personas, los partidos políticos ANC y PAC fueron prohibidos y sus miembros tuvieron que pasar a la clandestinidad o exiliarse. 

Tras la matanza de Sharpeville, se abandonó la estrategia de protesta no violenta y se inició la lucha armada. Comenzó una serie de protestas en todo el mundo, incluida la condena de las Naciones Unidas. A propósito de esta matanza, Ingrid Jonker escribió “El niño tiroteado por soldados en Nyanga” tras visitar la comisaría de Philippi para ver el cuerpo de un niño que había sido asesinado a tiros en los brazos de su madre por la policía en la municipalidad de Nyanga en Ciudad del Cabo, tras la masacre de Sharpeville.



El niño muerto de un disparo por soldados en Nyanga, 

Ingrid Jonker, Sudáfrica

El niño no está muerto

el niño levanta los puños contra su madre

que grita África, grita el aliento

de libertad y brezo

donde el corazón está acordonado


El niño levanta los puños contra su padre

en la marcha de las generaciones

que gritan África, gritan el aliento

de la justicia y la sangre

en las calles de su orgullo asediado


El niño no está muerto

ni en Langa ni en Nyanga

ni en Orlando ni en Sharpeville

ni en la comisaría de Philippi

donde yace con una bala en la cabeza


El niño es la sombra oscura de los soldados

en guardia con pistolas, sarracenos y porras

el niño está presente en todas las reuniones y legislaciones

el niño se asoma a todas las ventanas de las casas y a los corazones de las madres

el niño que solo quería jugar al sol en Nyanga está en todas partes

el niño que se convirtió en hombre camina por toda África

el niño que se convirtió en gigante viaja por todo el mundo


sin un pase


martes, 24 de septiembre de 2024

 

UHURU, LIBERTAD

En la época del gobierno colonial, los temas de las mujeres poetas no diferían de los que les preocupaban a los hombres: la opresión colonial y la denuncia de las atrocidades incluso son expresados con más ardor y pasión por las mujeres. El compromiso político y la reivindicación nacional impregna muchos de los textos de las escritoras africanas. En este sentido, las autoras lusófonas han sido pioneras, sufriendo incluso prisión por sus actividades nacionalistas.

La mozambiqueña Noémia de Sousa fue la primera mujer africana que alcanzó reputación internacional como poeta, jugando un papel principal en los movimientos de protesta, primero de la Negritud y más tarde contra los opresores colonialistas. En su poema “La llamada”, de Sousa hace una doble llamada de desafío contra dos opresiones, la colonial y la del hombre africano, retratando a una mujer rural vendedora de carbón de leña que es utilizada por sus propios hombres como factoría de bebés y reducida a la pobreza por la economía colonial. Esta mujer del bosque, que anuncia sus mercancías con voz estrangulada y cansada, es a la vez apaleada como un burro con la maternidad esclava y sometida psicológicamente por la autoridad colonial.

La llamada, Noémia de Sousa, Mozambique1

¿Quien ha estrangulado al fin la cansada voz

de mi hermana, que venía del bosque?

De repente, su llamada a la acción

se perdió en el fluir del día y de la noche.

Ya no llega con cada amanecer,

agotada de su largo paseo

kilómetro tras kilómetro ahogada

en el eterno grito: ¡Macala!



No, ya no viene más, húmeda por la fina lluvia,

cargada de niños y resignación…

Un niño a sus espaldas y otro en sus entrañas,

- ¡una y otra vez!;

y con un rostro resumido en su mirada serena

una mirada que no puedo recordar sin que

mi carne y mi sangre se dilaten temblorosas,

sintiendo revelaciones y afinidades…

- ¿Pero quién ha prohibido que su infinita mirada

venga a alimentar mi avidez de hermandad,

la que mi pobre mesa nunca será bastante para satisfacer?



Io mamane, ¿quién puede haber matado la noble voz

de mi hermana, que venía del bosque?

¿Qué cruel y brutal látigo

la ha golpeado hasta la muerte?


- En mi jardín florece todavía la seringa,

pero como un mal presagio en sus flores púrpura

en su intenso inhumano aroma,

la envoltura de ternura regada por el sol

sobre la ligera alfombra de pétalos

ha esperado desde el verano para que el hijo de mi hermana

venga a descansar sobre ella. ..

En vano, en vano

un chirico canta y canta posado en los juncos del jardín,

para el niño de mi lejana hermana,

víctima de las auroras vaporosas del bosque.



¡Ah! Yo sé que el último día

había un brillo de adiós

en aquellos ojos nobles,

y su voz llegaba como un susurro áspero,

trágico y desesperado…

¡Oh, África, tierra materna, respóndeme!

¿Qué le ha sucedido a mi hermana, que venía del bosque,

que ya no viene a la ciudad

con sus eternos niños,

(uno en sus espaldas, y otro en sus entrañas),

con su eterno pregón de vendedora de leña?

¡Oh, África, tierra materna,

tú al menos no abandonarás jamás a mi heroica hermana,

ella vivirá siempre en el orgulloso monumento de tus brazos!


1Chipasula S. & F. (eds.), The Heinemann Book of African Women’s Poetry. Oxford: Heinemann, 1995, pp. 164-5, traducido de la versión inglesa de Mario de Andrade del francés de Jacques-Noël Gouat

viernes, 20 de septiembre de 2024


 FEMME NOIRE


El movimiento de la Negritud en la primera mitad del siglo XX, fundado por un grupo de negros estudiantes en la Sorbona en París (Sédar Senghor, Aimé Césaire, etc.), reivindicaba los valores de África frente al desprecio de las colonias, sobre todo de Francia. El movimiento supo apropiarse de ciertos valores como la hermandad, la espiritualidad, la sensualidad, etc., que se contraponían a los valores occidentales, para revalorizar la cultura africana y refutar las representaciones coloniales de África. Sin embargo, al tomar el símbolo de la Mujer Negra como personificación del mito de la Negritud, donde la imagen negativa de África como salvaje y traidora se sustituía por una imagen de África cálida, sensual, fructífera y fecunda, se perpetuaba la imagen maniquea de género dando a la mujer un papel pasivo, virginal, primitivo y más que de sujeto, de objeto.


Rompiendo con este tropo maniqueo, en los dos poemas de mujeres que proponemos aquí la imagen de África no es ni lírica ni sensual: el primero, “Dama de la mañana”, de Joyce Ashuntantang, de Camerún, muestra el cuerpo de la mujer como representación del continente, efectivamente, pero de un continente víctima de la colonización, del reparto de fronteras y la explotación de sus recursos. En cambio, la imagen de África en el poema de la somalí Warsan Shire, “Fea”, es la fealdad de un continente de guerra y conflictos, reflejado en la fealdad de una niña de la diáspora.

Dama de la mañana, de Joyce Ashuntantang, Camerún1

No recuerdo su rostro pero la cicatriz de su mejilla me sigue a todas partes

Como las fronteras coloniales, no tenía ningún sentido

No vio mi rostro ni quiso verlo

Habían colocado su cuerpo, como África, sobre una mesa

Desnuda por la pobreza, le habían robado la lengua

Su nombre podía ser Arrah, Bih o ninguno.


Ella abrió todo un pozo de diamantes

Yo intenté apropiármelo todo, tan solo dejé

el sudor, los plañidos, la cultura, el lenguaje y yo qué sé qué más.


No era una mujer nocturna,

era una dama de la mañana,

la cara lavada,

la cicatriz maquillada.

Estaba preparada para otro

reparto de África.


Fea, de Warsan Shire, Somalia2

Tu hija es fea.

Conoce la pérdida íntimamente,

lleva ciudades enteras en el vientre.


De niña, los familiares no la cogían en brazos.

Era astillas de madera y agua de mar.

Les recordaba a la guerra.


En su décimo-quinto cumpleaños le enseñaste

a atarse el pelo como una cuerda

y ahumarlo sobre incienso quemado.


La obligabas a hacer gárgaras con agua de rosas

y cuando tosía, le decías

Las niñas macaanto3 como tú no deberían oler

a soledad o vacío.


Tú eres su madre,

¿por qué no la avisaste,

la tomaste como un barco que se pudre

y le dijiste que los hombres no la querrán

si se cubre de continentes,

si sus dientes son pequeñas colonias,

si su estómago es una isla,

si sus muslos son fronteras?


¿Qué hombre quiere yacer

y ver el mundo arder

en su dormitorio?


El rostro de tu hija es un disturbio,

sus manos son una guerra civil,

un campo de refugiados tras las orejas,

un cuerpo sucio con cosas feas.


Pero Dios mío,

¿no crees que lleva

bien puesto el mundo?


1Okoro, D. (ed.), We Have Crossed Many Rivers. New Poetry from Africa. Lagos: Malthouse, 2012, traducción de Eva Torre

2Shire, W., Teaching my Mother How to Give Birth. UK: Mouthmark, 2011, traducción de Eva Torre

3Macaanto: término somalí que signific a “dulzura”, “ternura”

martes, 6 de agosto de 2024

GOREA, LA ISLA DE LOS ESCLAVOS

Más de 12 millones de africanos entre los siglos XVI y XIX fueron víctimas del comercio de esclavos en la ruta del Atlántico, unos 13.000 fueron trasladados anualmente hacia América para trabajar en las plantaciones de azúcar, algodón, tabaco, etc. en el Caribe o en América del Norte. El comercio triangular entre Europa, África y América aportó un enorme impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo de Inglaterra, Francia, Holanda y EEUU. Se puede decir que la máquina de Watt y, por tanto, la Revolución Industrial, fue posible gracias a este comercio de esclavos.

De los puertos europeos como Bristol partían los navíos cargados de armas, telas, ginebra, ron, chucherías y vidrios de colores que serían el medio de pago para la mercancía humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café y el cacao de las plantaciones coloniales de América. Durante el viaje, numerosos africanos morían víctimas de epidemias y desnutrición, o se suicidaban negándose a comer, ahorcándose con sus cadenas o arrojándose por la borda al océano erizado de aletas de tiburones. Los “fardos” que sobrevivían al hambre, las enfermedades y el hacinamiento de la travesía, eran exhibidos en andrajos, pura piel y huesos, en la plaza pública, luego de desfilar por las calles coloniales al son de las gaitas. Una vez vendidos, los esclavos sufrían tortura, violaciones y matanzas, destrucción de familias, vidas desarraigadas y condiciones de vida horrorosas. “Gorea”, de la senegalesa Fatou Sow Ndiaye, recuerda que esta isla se convirtió en la puerta de África a la travesía transatlántica de millones de africanos arrancados de sus vidas. 

Las mujeres esclavas lucharon activamente por su liberación y la de los suyos:

En los Estados Unidos de América, cuando los negros del sur comenzaron a evadirse para alcanzar la tierra de libertad del norte, la red antiesclavista denominada el Ferrocarril Clandestino ayudó a numerosos esclavos a escapar. Quizá el personaje más famoso y popular en la historia de esta red de ayuda fue una mujer, Harriet Tubman, a quien llamaban la Moisés de los esclavos, que había nacido esclava en Maryland y que se escapó en 1848. Una vez llegada al Norte y alcanzada su libertad, se incorporó al Ferrocarril Clandestino y en los años siguientes regresó hasta 19 veces al Sur para ayudar a escapar a cientos de esclavos. Los esclavistas llegaron a ofrecer una recompensa por capturarla viva o muerta, pero ella siguió con su labor. 


Eduardo Galeano nos cuenta en “Paramaribo. Ellas llevan la vida en el pelo” que de los miles de negros esclavos que se escapaban de las plantaciones holandesas y que crearon la tierra de cimarrones denominada Surinam, las mujeres tenían un papel destacadísimo: “Antes de escapar, las esclavas roban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabazas. Sus enormes cabelleras hacen de graneros. Cuando llegan a los refugios abiertos en la jungla, las mujeres sacuden sus cabezas y fecundan, así, la tierra libre”.


Una hija de esclavos nacida en Baltimore, Norteamérica, en el siglo XIX, Frances Ellen Warkins Harper, abolicionista y activista política por los derechos de las mujeres y los niños, escribe el poema “Enterradme en tierra libre”.

Gorea, 

de Fatou Sow Ndiaye, Senegal


No puedo visitar tus calabozos

donde se oculta la imagen 

de la degradación humana

ni ver tus cadenas

que vibran aún por el coraje resignado

de aquellos guerreros

de manos callosas

que amasaron la roca de su destino

ni sentir el olor pútrido

de su rencor acumulado en tus muros

ni medir la pena

que roía su corazón

hinchado de proyectos abortados

debería haber perseguido

las galeras que transportaban a los esclavos

amputados con sus sueños rotos

en los cantos rodados. ¡A Gorea!


Fue de noche, hace ya tanto tiempo

una noche sin luna

de pronto Gorea se alejaba

lo sentía en la cala

donde estábamos apiñados

y he bogado…

he bogado hacia horizontes

de tinieblas y dolor

he mordido el polvo

de rutas desconocidas

mi sangre, savia de inocencia

se mezcló con el agua terrosa de los arrozales

mi sudor humedeció el suelo

y bañó la noche

y mi corazón calcinado de resignación

forzó mis ojos durante siglos

a retener en el fondo de ellos mismos

la lluvia de la desesperación

y el canto estalló en mi pecho.

He cantado mi lamento de desenraizado

con mis hermanos desafortunados

y el futuro donde restos de sueños

volaban con los vientos de mis penas

me aplastaba la nuca con una fatalidad absurda.


Pero alcé la cabeza

para gritar mi verdad a los hombres

a los hombres blancos

a los hombres rojos

a los hombres amarillos

¿no hay acaso hombres azules

azul de esperanza

azul cielo

hombres con el corazón justo

justo de justicia justa

sin raza ni continente?


Yo soy en todas partes

semejante a mi hermano

El sol de mi Dios

es sol para todos

las virtudes de mi Dios

están en toda criatura

¿por qué queréis

quitarme mi semilla?

Dejadme salir de la tierra

echar yemas y florecer

que mis frutos en sazón

nutran el hambre del mundo

dejad que me abra

al soplo de los cuatro vientos

pues mi vestido negro

es vestido de fiesta.


Nací en el país 

donde debí nacer

era un nenúfar

en las aguas de mi tierra

un nenúfar abierto al sol de mi tierra

pero como un sueño pesado

roto por un trueno

me desperté en sudores

el corazón hecho añicos

pues para mi fiesta

tenía el vestido negro.

Abraham Lincoln reunió

mi ser bastardo y disperso

y desde entonces arrojé mis muletas

para estirar las piernas

arrojé la venda de mis ojos

para ver la faz del Mundo

Mi corazón se reabrió

para amar la tierra entera.


Pero hace tanto tiempo

que mi alma, en el centro de las estrellas

ha dejado en la tierra

su viejo sueño de Paz

y por el eco de nuestros huéspedes

del reino de Adán

la paz en la tierra

sigue siendo un sueño

la esclavitud abolida

el hombre inventó

otra esclavitud

la del dinero, las armas y el poder

y su corazón que Dios riega

para amar a todos los hombres

bate a golpes de fusil

de bombas y misiles.


Puerta de No Retorno en la Casa de los Esclavos en la Isla de Gorea, Dakar, Senegal


Enterradme en tierra libre,  

de Frances Ellen Watkins Harper, Norteamérica 


Hacedme una tumba donde queráis,

en un llano o en una alta montaña,

entre las tumbas más pobres del mundo,

pero no en una tierra donde el hombre sea esclavo.


No descansaría si alrededor

oyera los pasos temblorosos de un esclavo,

su sombra encima de mi callada sepultura

llenaría el lugar de tristeza y temor.


No descansaría al oír el paso

de una fila de esclavos conducida a su fin

y la desesperación del grito de la madre

elevarse en el aire como una maldición.


No podría dormir si oyera el látigo

bebiendo sangre en los terribles tajos

y viera a los bebés arrancados de su pecho

como palomas temblorosas fuera del nido.


Me estremecería tanto si oyera

el aullido de los perros con su presa humana

y oyera al cautivo implorar en vano

por evitar de nuevo la horrible cadena.


Si viera a las jóvenes del brazo de sus madres

arrancadas  y vendidas por su juventud,

la pena en mis ojos destellaría, mis pálidas

mejillas se sonrojarían de la vergüenza.


Dormiría, amigos, donde ningún poder vano

robe a un hombre de su más preciado derecho;

descansaré tranquila en cualquier tumba

donde nadie pueda llamar a su hermano esclavo.


No pido monumentos orgullosos y altivos

para que todos los que pasen miren;

lo que mi espíritu anhela es solo 

que no me entierren en tierra de esclavos.