FEMME NOIRE
El movimiento de la Negritud en la primera mitad del siglo XX, fundado por un grupo de negros estudiantes en la Sorbona en París (Sédar Senghor, Aimé Césaire, etc.), reivindicaba los valores de África frente al desprecio de las colonias, sobre todo de Francia. El movimiento supo apropiarse de ciertos valores como la hermandad, la espiritualidad, la sensualidad, etc., que se contraponían a los valores occidentales, para revalorizar la cultura africana y refutar las representaciones coloniales de África. Sin embargo, al tomar el símbolo de la Mujer Negra como personificación del mito de la Negritud, donde la imagen negativa de África como salvaje y traidora se sustituía por una imagen de África cálida, sensual, fructífera y fecunda, se perpetuaba la imagen maniquea de género dando a la mujer un papel pasivo, virginal, primitivo y más que de sujeto, de objeto.
Rompiendo con este tropo maniqueo, en los dos poemas de mujeres que proponemos aquí la imagen de África no es ni lírica ni sensual: el primero, “Dama de la mañana”, de Joyce Ashuntantang, de Camerún, muestra el cuerpo de la mujer como representación del continente, efectivamente, pero de un continente víctima de la colonización, del reparto de fronteras y la explotación de sus recursos. En cambio, la imagen de África en el poema de la somalí Warsan Shire, “Fea”, es la fealdad de un continente de guerra y conflictos, reflejado en la fealdad de una niña de la diáspora.
Dama de la mañana, de Joyce Ashuntantang, Camerún1
No recuerdo su rostro pero la cicatriz de su mejilla me sigue a todas partes
Como las fronteras coloniales, no tenía ningún sentido
No vio mi rostro ni quiso verlo
Habían colocado su cuerpo, como África, sobre una mesa
Desnuda por la pobreza, le habían robado la lengua
Su nombre podía ser Arrah, Bih o ninguno.
Ella abrió todo un pozo de diamantes
Yo intenté apropiármelo todo, tan solo dejé
el sudor, los plañidos, la cultura, el lenguaje y yo qué sé qué más.
No era una mujer nocturna,
era una dama de la mañana,
la cara lavada,
la cicatriz maquillada.
Estaba preparada para otro
reparto de África.
Fea, de Warsan Shire, Somalia2
Tu hija es fea.
Conoce la pérdida íntimamente,
lleva ciudades enteras en el vientre.
De niña, los familiares no la cogían en brazos.
Era astillas de madera y agua de mar.
Les recordaba a la guerra.
En su décimo-quinto cumpleaños le enseñaste
a atarse el pelo como una cuerda
y ahumarlo sobre incienso quemado.
La obligabas a hacer gárgaras con agua de rosas
y cuando tosía, le decías
Las niñas macaanto3 como tú no deberían oler
a soledad o vacío.
Tú eres su madre,
¿por qué no la avisaste,
la tomaste como un barco que se pudre
y le dijiste que los hombres no la querrán
si se cubre de continentes,
si sus dientes son pequeñas colonias,
si su estómago es una isla,
si sus muslos son fronteras?
¿Qué hombre quiere yacer
y ver el mundo arder
en su dormitorio?
El rostro de tu hija es un disturbio,
sus manos son una guerra civil,
un campo de refugiados tras las orejas,
un cuerpo sucio con cosas feas.
Pero Dios mío,
¿no crees que lleva
bien puesto el mundo?
1Okoro, D. (ed.), We Have Crossed Many Rivers. New Poetry from Africa. Lagos: Malthouse, 2012, traducción de Eva Torre
2Shire, W., Teaching my Mother How to Give Birth. UK: Mouthmark, 2011, traducción de Eva Torre
3Macaanto: término somalí que signific a “dulzura”, “ternura”
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