Más de 12 millones de africanos entre los siglos XVI y XIX fueron víctimas del comercio de esclavos en la ruta del Atlántico, unos 13.000 fueron trasladados anualmente hacia América para trabajar en las plantaciones de azúcar, algodón, tabaco, etc. en el Caribe o en América del Norte. El comercio triangular entre Europa, África y América aportó un enorme impulso a la acumulación de capitales para el desarrollo de Inglaterra, Francia, Holanda y EEUU. Se puede decir que la máquina de Watt y, por tanto, la Revolución Industrial, fue posible gracias a este comercio de esclavos.
De los puertos europeos como Bristol partían los navíos cargados de armas, telas, ginebra, ron, chucherías y vidrios de colores que serían el medio de pago para la mercancía humana de África, que a su vez pagaría el azúcar, el algodón, el café y el cacao de las plantaciones coloniales de América. Durante el viaje, numerosos africanos morían víctimas de epidemias y desnutrición, o se suicidaban negándose a comer, ahorcándose con sus cadenas o arrojándose por la borda al océano erizado de aletas de tiburones. Los “fardos” que sobrevivían al hambre, las enfermedades y el hacinamiento de la travesía, eran exhibidos en andrajos, pura piel y huesos, en la plaza pública, luego de desfilar por las calles coloniales al son de las gaitas. Una vez vendidos, los esclavos sufrían tortura, violaciones y matanzas, destrucción de familias, vidas desarraigadas y condiciones de vida horrorosas. “Gorea”, de la senegalesa Fatou Sow Ndiaye, recuerda que esta isla se convirtió en la puerta de África a la travesía transatlántica de millones de africanos arrancados de sus vidas.
Las mujeres esclavas lucharon activamente por su liberación y la de los suyos:
En los Estados Unidos de América, cuando los negros del sur comenzaron a evadirse para alcanzar la tierra de libertad del norte, la red antiesclavista denominada el Ferrocarril Clandestino ayudó a numerosos esclavos a escapar. Quizá el personaje más famoso y popular en la historia de esta red de ayuda fue una mujer, Harriet Tubman, a quien llamaban la Moisés de los esclavos, que había nacido esclava en Maryland y que se escapó en 1848. Una vez llegada al Norte y alcanzada su libertad, se incorporó al Ferrocarril Clandestino y en los años siguientes regresó hasta 19 veces al Sur para ayudar a escapar a cientos de esclavos. Los esclavistas llegaron a ofrecer una recompensa por capturarla viva o muerta, pero ella siguió con su labor.
Eduardo Galeano nos cuenta en “Paramaribo. Ellas llevan la vida en el pelo” que de los miles de negros esclavos que se escapaban de las plantaciones holandesas y que crearon la tierra de cimarrones denominada Surinam, las mujeres tenían un papel destacadísimo: “Antes de escapar, las esclavas roban granos de arroz y de maíz, pepitas de trigo, frijoles y semillas de calabazas. Sus enormes cabelleras hacen de graneros. Cuando llegan a los refugios abiertos en la jungla, las mujeres sacuden sus cabezas y fecundan, así, la tierra libre”.
Una hija de esclavos nacida en Baltimore, Norteamérica, en el siglo XIX, Frances Ellen Warkins Harper, abolicionista y activista política por los derechos de las mujeres y los niños, escribe el poema “Enterradme en tierra libre”.
Gorea,
de Fatou Sow Ndiaye, Senegal
No puedo visitar tus calabozos
donde se oculta la imagen
de la degradación humana
ni ver tus cadenas
que vibran aún por el coraje resignado
de aquellos guerreros
de manos callosas
que amasaron la roca de su destino
ni sentir el olor pútrido
de su rencor acumulado en tus muros
ni medir la pena
que roía su corazón
hinchado de proyectos abortados
debería haber perseguido
las galeras que transportaban a los esclavos
amputados con sus sueños rotos
en los cantos rodados. ¡A Gorea!
Fue de noche, hace ya tanto tiempo
una noche sin luna
de pronto Gorea se alejaba
lo sentía en la cala
donde estábamos apiñados
y he bogado…
he bogado hacia horizontes
de tinieblas y dolor
he mordido el polvo
de rutas desconocidas
mi sangre, savia de inocencia
se mezcló con el agua terrosa de los arrozales
mi sudor humedeció el suelo
y bañó la noche
y mi corazón calcinado de resignación
forzó mis ojos durante siglos
a retener en el fondo de ellos mismos
la lluvia de la desesperación
y el canto estalló en mi pecho.
He cantado mi lamento de desenraizado
con mis hermanos desafortunados
y el futuro donde restos de sueños
volaban con los vientos de mis penas
me aplastaba la nuca con una fatalidad absurda.
Pero alcé la cabeza
para gritar mi verdad a los hombres
a los hombres blancos
a los hombres rojos
a los hombres amarillos
¿no hay acaso hombres azules
azul de esperanza
azul cielo
hombres con el corazón justo
justo de justicia justa
sin raza ni continente?
Yo soy en todas partes
semejante a mi hermano
El sol de mi Dios
es sol para todos
las virtudes de mi Dios
están en toda criatura
¿por qué queréis
quitarme mi semilla?
Dejadme salir de la tierra
echar yemas y florecer
que mis frutos en sazón
nutran el hambre del mundo
dejad que me abra
al soplo de los cuatro vientos
pues mi vestido negro
es vestido de fiesta.
Nací en el país
donde debí nacer
era un nenúfar
en las aguas de mi tierra
un nenúfar abierto al sol de mi tierra
pero como un sueño pesado
roto por un trueno
me desperté en sudores
el corazón hecho añicos
pues para mi fiesta
tenía el vestido negro.
Abraham Lincoln reunió
mi ser bastardo y disperso
y desde entonces arrojé mis muletas
para estirar las piernas
arrojé la venda de mis ojos
para ver la faz del Mundo
Mi corazón se reabrió
para amar la tierra entera.
Pero hace tanto tiempo
que mi alma, en el centro de las estrellas
ha dejado en la tierra
su viejo sueño de Paz
y por el eco de nuestros huéspedes
del reino de Adán
la paz en la tierra
sigue siendo un sueño
la esclavitud abolida
el hombre inventó
otra esclavitud
la del dinero, las armas y el poder
y su corazón que Dios riega
para amar a todos los hombres
bate a golpes de fusil
de bombas y misiles.
Puerta de No Retorno en la Casa de los Esclavos en la Isla de Gorea, Dakar, Senegal
Enterradme en tierra libre,
de Frances Ellen Watkins Harper, Norteamérica
Hacedme una tumba donde queráis,
en un llano o en una alta montaña,
entre las tumbas más pobres del mundo,
pero no en una tierra donde el hombre sea esclavo.
No descansaría si alrededor
oyera los pasos temblorosos de un esclavo,
su sombra encima de mi callada sepultura
llenaría el lugar de tristeza y temor.
No descansaría al oír el paso
de una fila de esclavos conducida a su fin
y la desesperación del grito de la madre
elevarse en el aire como una maldición.
No podría dormir si oyera el látigo
bebiendo sangre en los terribles tajos
y viera a los bebés arrancados de su pecho
como palomas temblorosas fuera del nido.
Me estremecería tanto si oyera
el aullido de los perros con su presa humana
y oyera al cautivo implorar en vano
por evitar de nuevo la horrible cadena.
Si viera a las jóvenes del brazo de sus madres
arrancadas y vendidas por su juventud,
la pena en mis ojos destellaría, mis pálidas
mejillas se sonrojarían de la vergüenza.
Dormiría, amigos, donde ningún poder vano
robe a un hombre de su más preciado derecho;
descansaré tranquila en cualquier tumba
donde nadie pueda llamar a su hermano esclavo.
No pido monumentos orgullosos y altivos
para que todos los que pasen miren;
lo que mi espíritu anhela es solo
que no me entierren en tierra de esclavos.